Pues mira, qué te cuento.
Yo tendría 15-16 años, y todas las navidades pedía por reyes material artístico. Y tuve la suerte de que regalaron lo, los policromos de Faber Castell. Y un año de esos, unas acuarelas de van Gogh, las primeras.
El set de la cajita de plástico de 24 colores, a todo trapo!
Y empecé a pintar el verano siguiente, creo. Mi hermana se había mudado a Córcega a currar y trabajaba en la recepción de un hotel.
La primera “acuarela” de la que tengo constancia, es esta cosa pastosa:
Ahora la miro y digo, tremendo chusco. Toda opaca, sin un ápice de transparencia.
Pero bueno, tuvieron que pasar los años, irme a Inglaterra un verano de au pair. Pintar en papeles malos, volver a Inglaterra a currar en una fábrica, para volver y decidirme por la ilustración.
La acuarela me ha acompañado en ese viaje desde entonces, así como las tintas y los lápices, pero pienso que en menor medida.
Adoro enseñar la técnica en los talleres de acuarela que imparto en la actualidad en Tenerife.
Cada nuevo taller está integrado por más y más mujeres que quieren conectar con una parte de sí mismas, relajarse y expresarse. Y yo disfruto contándoles todo lo que sé.
Les hablo de los sonidos, del agua fluyendo y su magia, de los pigmentos, de que para mí es puro mindfulness, de estar presente, concentradas en los trazos, los gestos, la delicadeza…
Todo eso, que no es poco!
En fin, que no me enrollo mucho más porque me pongo ñoña. Gracias por pasarte por aquí. Y leerme.
Espero que algún día tengas la suerte de conocer también la acuarela, seguro que te atrapa!
Te abrazo,
Ana